¿Se
suicidó la gente votando a Milei? Sí, pero no lo saben. No es que el otro
candidato brillara en la noche por los faroles luminosos de su plataforma
electoral, pero con Massa había chances de un gobierno que no tirara a matar. ¿Por
qué la gente no sabe que esto es un suicidio?, porque hace décadas se viene
gestando un movimiento acéfalo que creció poco a poco, cuya frase distintiva es
“que vuelvan los milicos”; es un clamor que se siente en cada linchamiento, en
cada acto de justicia por mano propia. Este grupo fue creciendo sin saber que
al alzar sus banderas se estaban inoculando veneno. La pasión enfermiza de una
pulsión desnuda guía a esta gente. No saben del veneno que han ingerido porque
el voto por el candidato libertario es la expresión de una pasión que no cuenta
con la intermediación simbólica necesaria para poder ubicar al presidente
electo en un marco histórico e ideológico determinado.
Las
instituciones están pensadas para protegernos de nosotros mismos, la denuncia de
un ilícito es un acto civilizatorio frente a la defensa personal tan ligada a
la supervivencia del más fuerte. No es lo mismo tener que defenderse a punta de
pistola que poder aspirar a un acto judicial reivindicatorio sobre un delito
sufrido.
Pero
este estado de cosas tiene sus razones históricas; lejos estamos de los
momentos emblemáticos y fundacionales de nuestra Argentina, quedaron atrás las
batallas libertadoras, e incluso quedó atrás y ya muy lejos el nunca más de la CONADEP.
Que exista una mayoría que elija sin saberlo su propia muerte es responsabilidad
de un sistema cuya propia estructura engendra tal síntoma. No hace falta que
los pibes que votan hayan tenido que vivir los sucesos de la dictadura militar
de Videla como para que sepan qué significa vivir en un estado de excepción, de
campos de concentración, de exterminio de personas. Bastaría con que el sistema
educativo lo enseñara desde una posición de poder superior al de los medios de
comunicación, canales de televisión, páginas de internet, etc.
El
sistema educativo agoniza desde hace más de 50 años, y lo que estructura a
nuestra sociedad es un mercado de bisuterías en el que cada uno de nosotros se
ha vuelto una baratija más de la góndola. El ciudadano ha dado paso al
consumidor, ya no encontramos ciudadanos muy fácilmente entre nuestros vecinos,
entre nuestros amigos. La pregunta que subyace por lo tanto es, ¿Se puede vivir
en sociedad cuando el principio ordenador del individuo humano es ser un
consumidor? El voto a Milei muestra que no.
Al
menos no se puede vivir en sociedad bajo la premisa de un Estado que esté
sostenido por instituciones democráticas. Pero si estas instituciones nacieron
a la luz de un clamor frente al espanto, frente a las injusticias que el poderoso
ejerce sobre las mayorías debilitadas, cuál es la razón de habernos relajado
tanto hasta llegar a este estado de cosas. Creo, junto a los pensadores que
sigo y admiro, que el mercado desregulado ha sido una de estas razones. Los
espejitos de colores que la técnica deposita en las góndolas son como piedras
preciosas para el que sólo piensa en su capacidad de consumo. La mayoría de las
personas sólo tiene tiempo de trabajar, no hay tiempo para la militancia, la
instrucción, la ciudadanía.
El tema es que
ganó la ultra derecha y ahora, protocolo antipiquetes mediante, los asalariados
no vamos a poder ni siquiera protestar por las injusticias a las que pudieran
someternos el gobierno nacional.
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