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domingo, 24 de diciembre de 2023

Coctel inútil

 

Caminaba escuchando la radio y en la tanda comercial aparece un jingle de un trozadero de carne, que consiste en una canción muy festiva a la que le han cambiado la letra para hacer la propaganda. Inmediatamente pensé en la crueldad que podría significar para algún especista el hecho de celebrar de ese modo tan carnavalesco, la invitación a los oyentes a asistir a ese lugar donde seccionan cadáveres de animales.

A su vez se me ocurrió la idea asociada de que cada vez que uno ejerce un pensamiento crítico, de lo que se da cuenta es que los elementos que configuran el meollo de la crítica están a la vista, tan a la vista que no se ven.

Esto tiene que ver con la concepción de los (o él) significantes como dispositivos de corte y confección. Así que podría reformular el párrafo anterior y decir que, nunca hay nada a la vista, o siempre hay algo a la vista que como en la Gestalt, cobra una forma u otra según el dispositivo de corte con el que se cuente.

No sé por qué vino a mí ese pensamiento del trozadero como algo cruel, imagino que puede tratarse de algo que comparto con los especistas; la desesperación frente a la propia muerte, esto hace que nos identifiquemos y nos proyectemos en todo lo que muere.  

Provengo de una familia que criaba animales de granja, animales que se mataban a diario para poder comer o comercializar, así que no me es ajeno el espectáculo de matar a un pollo, a un conejo, a un chivato, a un cerdo; el carneo del cerdo es un espectáculo sin igual, por la cantidad de personas que trabajan en el y la naturaleza guerrera del puerco, que no se deja subir a la mesa de faena fácilmente y que chilla pertinaz, mientras se va desangrando. Es una muerte mansa, el animal se desangra y es como si se durmiera.

A pesar de haber transitado con naturalidad esas matanzas de animales durante mi niñez y adolescencia, no me convertí en un granjero más, ni siquiera en una persona corriente, a gusto con la sencillez de alguien que puede desenvolverse en la vida de manera más o menos autónoma. Las ideas filosóficas que comenzaron a habitarme a partir de mis 12 años, me llevaron a horrorizarme de la eternidad y de mi propia muerte, dos unitemas que aún hoy sostienen su centralidad. Yo no lo sabía entonces (porque ese conocimiento llegaría a partir de mis 23 años), pero era un animal metafísico. Una de las peores cosas a las que te puedes dedicar en esta vida, ya que no te da plata, ni estatus.

Así que no sé cómo habrán llegado los especistas a plantear el derecho universal para todo ser vivo. En mi caso es una ecuación muy simple, todo lo vivo sufre cuando muere, yo no quiero sufrir ni morir, por lo tanto, o niego el sufrimiento de los animales o lo acepto y me veo a mi morir. Esta ecuación a veces por efecto de la Gestalt se transforma, pero la menos de las veces. En general esos dos temas, muerte y eternidad, gobiernan esta inservible vida.  

 

 


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