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martes, 26 de diciembre de 2023

Del periodismo al voto

             Los periodistas que tienen estatus social deben ser escuchados con mucha precaución, porque cuando hablan de políticas de empleo, de políticas de asistencia social, y todo lo que sea de esa índole, en general no saben lo que dicen. No lo saben porque ellos hace rato que no tienen que pensar cómo conseguir un plato de comida o un trabajo.

            Esto que digo es a su vez un hecho contradictorio, porque nadie que no sea un privilegiado llega a trabajar en un medio de comunicación como para adquirir ese estatus.

            Escribir es un ejercicio laboral de segundo orden, como toda actividad intelectual. Un país que tiene problemas para dar trabajo de primer orden; en la construcción, en los supermercados, en las tapicerías, en fin, creo que se entiende lo que digo, no hace falta más enumeración. Un país que tiene este problema no puede aspirar a tener una actividad intelectual muy pujante.

            Pero a su vez, es por la pobreza de sus intelectuales que un país quiebra. Porque han fallado en la única tarea que tienen, que es darles inteligibilidad a las maniobras políticas de los representantes. Por supuesto que no estoy hablando del intelectual orgánico estrictamente, sino que desde la dramaturgia hasta el periodismo de espectáculo se orienta con este sólo fin, cultivar a las personas para que cuando voten no se estén cavando su propia fosa.

            Se ha fallado, veníamos fallando, hoy se ha fallado palmariamente.

            Ganó el proceso por el cual el ciudadano devino consumidor, finalmente las advertencias que desde hace más de un siglo el propio Marx lanzara, fueron ratificadas en los hechos: Todo lo sólido se desvanecerá en el aire, el hombre vende su mano de obra para sobrevivir, el fetiche de la mercancía es el proceso por el cual se ocultan las relaciones laborales que las rigen. Lo que era sólido, el ciudadano que en un contexto democrático es formado por las instituciones del Estado para contribuir a su sostenimiento y crecimiento, se hizo polvo al convertirse en un mero consumidor.

            “La plata mejor invertida es viajar” reza un mantra de estos tiempos; si les quitás a las personas la posibilidad de viajar, son capaces de votar a Hitler después del Holocausto.

            Javier Milei ganó prometiendo un ajuste dirigido a quienes supuestamente les habían quitado la posibilidad de consumir a los ciudadanos. Aquí hay que desdoblar el argumento, por un lado, el ajuste lo hará el pueblo y por el otro, hay relaciones históricas y políticas que se deben hacer para entender cómo es que sucedió que, en el gobierno saliente, había asalariados en blanco siendo pobres.

            El nuevo gobierno devaluó la moneda y en una semana el salario cayó de U$D1.000 a U$D500 promedio. De manera clara el ajuste se realizó sobre la gente que no pertenece a la casta política, tan denostada en la campaña electoral. Lo iban a pagar ellos y lo pagan los de siempre.

            La otra parte del argumento es más compleja, imposible de encorsetar en un jingle de campaña. Después de las políticas de hambre que implementara la presidencia de Mauricio Macri, trayendo al FMI nuevamente a la Argentina, lo que hizo que el país contrajera la deuda más grande de todos los tiempos en moneda extranjera, el gobierno de Alberto Fernández tuvo muy pocas cosas para hacer; inició, por la razón ya referida, con un condicionamiento absoluto, luego vino la pandemia y finalizó el gobierno con una sequía que no tiene igual en toda la historia hídrica del país.

            Claro, cómo explicar esto en campaña, máxime cuando los candidatos se venden como mercancías en las góndolas de los supermercados, previa instalación en los medios masivos de comunicación.

          Hay que pensar muy bien las cosas, sobre todo pensar si es posible aún sostener un sistema por el cual la gente vota en contra de los intereses de la comunidad, lo que vuelve al voto un mecanismo de implantación de un anarquismo de facto. Recordemos que el anarquismo, al romper con la institucionalidad promueve el individualismo y deja desamparados a los más débiles.

             

               


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