Los periodistas que tienen estatus social deben ser escuchados con mucha precaución, porque cuando hablan de políticas de empleo, de políticas de asistencia social, y todo lo que sea de esa índole, en general no saben lo que dicen. No lo saben porque ellos hace rato que no tienen que pensar cómo conseguir un plato de comida o un trabajo.
Esto que
digo es a su vez un hecho contradictorio, porque nadie que no sea un
privilegiado llega a trabajar en un medio de comunicación como para adquirir
ese estatus.
Escribir es
un ejercicio laboral de segundo orden, como toda actividad intelectual. Un país
que tiene problemas para dar trabajo de primer orden; en la construcción, en
los supermercados, en las tapicerías, en fin, creo que se entiende lo que digo,
no hace falta más enumeración. Un país que tiene este problema no puede aspirar
a tener una actividad intelectual muy pujante.
Pero a su
vez, es por la pobreza de sus intelectuales que un país quiebra. Porque han
fallado en la única tarea que tienen, que es darles inteligibilidad a las
maniobras políticas de los representantes. Por supuesto que no estoy hablando
del intelectual orgánico estrictamente, sino que desde la dramaturgia hasta el
periodismo de espectáculo se orienta con este sólo fin, cultivar a las personas
para que cuando voten no se estén cavando su propia fosa.
Se ha
fallado, veníamos fallando, hoy se ha fallado palmariamente.
Ganó el proceso
por el cual el ciudadano devino consumidor, finalmente las advertencias que
desde hace más de un siglo el propio Marx lanzara, fueron ratificadas en los
hechos: Todo lo sólido se desvanecerá en el aire, el hombre vende su mano de
obra para sobrevivir, el fetiche de la mercancía es el proceso por el cual se
ocultan las relaciones laborales que las rigen. Lo que era sólido, el ciudadano
que en un contexto democrático es formado por las instituciones del Estado para
contribuir a su sostenimiento y crecimiento, se hizo polvo al convertirse en un
mero consumidor.
“La plata
mejor invertida es viajar” reza un mantra de estos tiempos; si les quitás a las
personas la posibilidad de viajar, son capaces de votar a Hitler después del Holocausto.
Javier Milei
ganó prometiendo un ajuste dirigido a quienes supuestamente les habían quitado
la posibilidad de consumir a los ciudadanos. Aquí hay que desdoblar el
argumento, por un lado, el ajuste lo hará el pueblo y por el otro, hay
relaciones históricas y políticas que se deben hacer para entender cómo es que
sucedió que, en el gobierno saliente, había asalariados en blanco siendo pobres.
El nuevo
gobierno devaluó la moneda y en una semana el salario cayó de U$D1.000 a U$D500
promedio. De manera clara el ajuste se realizó sobre la gente que no pertenece
a la casta política, tan denostada en la campaña electoral. Lo iban a pagar
ellos y lo pagan los de siempre.
La otra
parte del argumento es más compleja, imposible de encorsetar en un jingle de
campaña. Después de las políticas de hambre que implementara la presidencia de
Mauricio Macri, trayendo al FMI nuevamente a la Argentina, lo que hizo que el
país contrajera la deuda más grande de todos los tiempos en moneda extranjera,
el gobierno de Alberto Fernández tuvo muy pocas cosas para hacer; inició, por la
razón ya referida, con un condicionamiento absoluto, luego vino la pandemia y
finalizó el gobierno con una sequía que no tiene igual en toda la historia
hídrica del país.
Claro, cómo
explicar esto en campaña, máxime cuando los candidatos se venden como mercancías
en las góndolas de los supermercados, previa instalación en los medios masivos
de comunicación.
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