El tema de por
qué los estados deciden otorgar beneficios a los bancos en detrimento de los
asalariados, es un añoso tópico que se repite una y otra vez. En EEUU durante
la crisis de 2007-2008, los mismos que habían inflado la burbuja financiera
recibieron un rescate de parte del gobierno que se contaba en billones de
dólares, y a su vez cientos de miles de familias perdieron sus hogares.
El
rescate al sistema financiero se lo interpreta como una forma de sostener los
pilares, los basamentos, de los intercambios de bienes al interior del
capitalismo. Si todos los bancos quebraran de un día para otro el sistema
caería y no se podría comprar ni un chicle en el kiosco de la esquina.
El
envío de recursos para este rescate escatima divisas para otras áreas del
Estado, porque hay una relación entre el dinero del que se puede disponer y la
producción del país medida por el PBI. Rescatar a la banca sin preocuparse por
la gente que pierde sus hogares, sin poder ocuparse en realidad, es el límite
(la limitación) del sistema capitalista en su vertiente actual nombrada como
neoliberalismo.
Los
gobernantes y funcionarios menos psicopáticos podrán pensar que esa gente que
cae en la pobreza, de alguna manera, merced a su instinto de supervivencia,
subsistirá. Pero que por ser las instituciones bancarias animales cuya sangre
es el dinero que circula por sus redes, dejadas a su suerte morirían
aniquilándonos a todos nosotros.
De
manera que no hay alternativa viable al capitalismo. Aunque también hemos
aprendido a no darle estatuto de eternidad a este sistema para poder tener
siempre una forma de esgrimir alguna protesta, alguna forma de resistencia,
frente a los poderes que se imponen sobre las sociedades y liquidan sin
reservas a las personas.
No
hay alternativa que no sea Mad Max. Esa película reeditada en 2015 en la que se
muestra una especie de Far West que mezcla una tecnología estancada por la
ausencia de una sociedad fabril, con formas de vida incestuosas y bárbaras,
donde un grupo se ha adueñado de lo poco que queda de agua y otros recursos
vitales, mientras que el resto de los habitantes de ese desierto reciben a
penas unos pocos litros de agua al día, motivo por el cual pelean a muerte
entre ellos.
No
es casual que desde hace décadas el cine y la literatura se han llenado de
producciones apocalípticas, al decir de Jorge Alemán, es posible ver el fin del
mundo antes que el fin del capitalismo. Esas producciones artísticas muestran
el engranaje trabado de un sistema que colapsa y sigue. A decir verdad, no sé
si se trata de un engranaje en la maquinaria fundamental, porque como vemos el
fin se demora y no llega nunca. ¿O será que llega el fin, se depura matando a
quienes haya que matar, siempre pobres por supuesto, y vuelve a funcionar por
un tiempo? Pero entonces no llega el fin, sino que está en el sistema de
producción mismo, integrado el mecanismo por el cual se auto-repara.
La
izquierda internacionalista sostiene un mantra que reza, cuanto peor mejor.
Este lema no lleva a lo mejor, lleva a Mad Max. Es decir, al colapso definitivo
sin depuración posible. Después veremos qué surge; pero lo primero es seguro,
seguro, algo que ninguno de nosotros ha vivido, algo cuyos caracteres reales
pueden dimensionarse en los contextos de guerra, en el genocidio que significó
el holocausto. Tierra arrasada. Es por esto quizá por lo que hasta ahora
encontramos en los más de 120 países de la tierra más gente a favor de seguir
apostando al capitalismo que a favor de intentar un cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario