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martes, 19 de diciembre de 2023

El capitalismo no atascado

 

                   

El tema de por qué los estados deciden otorgar beneficios a los bancos en detrimento de los asalariados, es un añoso tópico que se repite una y otra vez. En EEUU durante la crisis de 2007-2008, los mismos que habían inflado la burbuja financiera recibieron un rescate de parte del gobierno que se contaba en billones de dólares, y a su vez cientos de miles de familias perdieron sus hogares.

                El rescate al sistema financiero se lo interpreta como una forma de sostener los pilares, los basamentos, de los intercambios de bienes al interior del capitalismo. Si todos los bancos quebraran de un día para otro el sistema caería y no se podría comprar ni un chicle en el kiosco de la esquina.

                El envío de recursos para este rescate escatima divisas para otras áreas del Estado, porque hay una relación entre el dinero del que se puede disponer y la producción del país medida por el PBI. Rescatar a la banca sin preocuparse por la gente que pierde sus hogares, sin poder ocuparse en realidad, es el límite (la limitación) del sistema capitalista en su vertiente actual nombrada como neoliberalismo.

                Los gobernantes y funcionarios menos psicopáticos podrán pensar que esa gente que cae en la pobreza, de alguna manera, merced a su instinto de supervivencia, subsistirá. Pero que por ser las instituciones bancarias animales cuya sangre es el dinero que circula por sus redes, dejadas a su suerte morirían aniquilándonos a todos nosotros.

                De manera que no hay alternativa viable al capitalismo. Aunque también hemos aprendido a no darle estatuto de eternidad a este sistema para poder tener siempre una forma de esgrimir alguna protesta, alguna forma de resistencia, frente a los poderes que se imponen sobre las sociedades y liquidan sin reservas a las personas.

                No hay alternativa que no sea Mad Max. Esa película reeditada en 2015 en la que se muestra una especie de Far West que mezcla una tecnología estancada por la ausencia de una sociedad fabril, con formas de vida incestuosas y bárbaras, donde un grupo se ha adueñado de lo poco que queda de agua y otros recursos vitales, mientras que el resto de los habitantes de ese desierto reciben a penas unos pocos litros de agua al día, motivo por el cual pelean a muerte entre ellos.

                No es casual que desde hace décadas el cine y la literatura se han llenado de producciones apocalípticas, al decir de Jorge Alemán, es posible ver el fin del mundo antes que el fin del capitalismo. Esas producciones artísticas muestran el engranaje trabado de un sistema que colapsa y sigue. A decir verdad, no sé si se trata de un engranaje en la maquinaria fundamental, porque como vemos el fin se demora y no llega nunca. ¿O será que llega el fin, se depura matando a quienes haya que matar, siempre pobres por supuesto, y vuelve a funcionar por un tiempo? Pero entonces no llega el fin, sino que está en el sistema de producción mismo, integrado el mecanismo por el cual se auto-repara.

                La izquierda internacionalista sostiene un mantra que reza, cuanto peor mejor. Este lema no lleva a lo mejor, lleva a Mad Max. Es decir, al colapso definitivo sin depuración posible. Después veremos qué surge; pero lo primero es seguro, seguro, algo que ninguno de nosotros ha vivido, algo cuyos caracteres reales pueden dimensionarse en los contextos de guerra, en el genocidio que significó el holocausto. Tierra arrasada. Es por esto quizá por lo que hasta ahora encontramos en los más de 120 países de la tierra más gente a favor de seguir apostando al capitalismo que a favor de intentar un cambio.    

 

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