Se puede hablar de corrupción, hay que
denunciar a los corruptos, pero negar a la política metodológicamente para que
no haya corrupción es, al menos, demencial. Algunos profesionales del rubro
económico se pasean por la tv argentina profiriendo insultos sobre los
políticos, adscribiéndole al sustantivo político el sinónimo corrupto. Es una
manera de negar su propio racionalismo impotente; ya que sus teorías llevadas a
la práctica matan gente, provocan sufrimiento, destruyen los pilares del estado
nacional, ofreciendo como alternativa el sometimiento de Argentina a los
designios de las corporaciones multinacionales.
Estar
en el lodo es algo que estos señores no han hecho nunca, se les nota en el asco
que les produce cualquier referencia a diálogos, ya sea en uniones vecinales o en
el congreso. Son discapacitados de la convivencia; utilizando el humor que
generan algunas afirmaciones de la neurociencia es como si les faltara el
cachito de materia gris que les permite dialogar. No han visto nunca otro modo
de lo social que las clases magistrales que imparten, las exposiciones en
congresos, o esa escena ridícula al reclamar caprichosamente la punta de la
mesa así sea dueño de casa o invitado.
Hay
que comprender que existe un abismo entre el universo teórico y la praxis, ese
abismo lo ocupa la política, si no está ahí para ocupar ese hueco todo intento
teórico no transformará un ápice la realidad, no será capaz de dar el salto
porque ese abismo es infranqueable. No podemos aquietar nuestros demonios
recurriendo al facilismo de quitar lo que estorba, no podemos reputar a los
políticos de corruptos sin juzgarlos debidamente como manda la ley. Porque ante
la ley se dictaminará la culpabilidad de unos y la inocencia de otros.
Aquietar
los demonios señalando en el otro su procedencia es el modo de obrar de ciertos
intelectuales que tributan a la silogística una fe inquebrantable. Es la
apoteosis de la modernidad, el sueño de Leibniz y Descartes, el cálculo
aplicado a la filosofía. Y no escapan a esta trampa mortífera ni las izquierdas
ni las derechas ni los centros. Es la consecuencia de una concepción del sujeto
que ya dio lo peor de sí en el siglo
pasado y sigue imperando en nuestros días. El sujeto autónomo guiado por la luz
de la razón sostenido en algún fantasma metafísico y trascendente.
Políticos
y economistas necesitamos, por supuesto, más que nunca en estos días. Que no se
nos haga costumbre desoír las voces que emergen de un pueblo que aún reconoce
sus fronteras porque si no vamos a estar a la deriva sin comprender por qué se
desintegra el país, hay que escuchar y quienes asumen la conducción política deberán
nutrirse de las voces como de aquellos que las interpretan para generar una síntesis
que le permita tomar una decisión política por la cual serán juzgados, pero sin
la cual las fronteras (y con ellas el vínculo posible entre los sujetos)
desaparecerán para ser invadidos, ultrajados y vendidos al mejor postor,
nuevamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario