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viernes, 14 de septiembre de 2018

Los economistas que niegan la política


               Se puede hablar de corrupción, hay que denunciar a los corruptos, pero negar a la política metodológicamente para que no haya corrupción es, al menos, demencial. Algunos profesionales del rubro económico se pasean por la tv argentina profiriendo insultos sobre los políticos, adscribiéndole al sustantivo político el sinónimo corrupto. Es una manera de negar su propio racionalismo impotente; ya que sus teorías llevadas a la práctica matan gente, provocan sufrimiento, destruyen los pilares del estado nacional, ofreciendo como alternativa el sometimiento de Argentina a los designios de las corporaciones multinacionales.
                Estar en el lodo es algo que estos señores no han hecho nunca, se les nota en el asco que les produce cualquier referencia a diálogos, ya sea en uniones vecinales o en el congreso. Son discapacitados de la convivencia; utilizando el humor que generan algunas afirmaciones de la neurociencia es como si les faltara el cachito de materia gris que les permite dialogar. No han visto nunca otro modo de lo social que las clases magistrales que imparten, las exposiciones en congresos, o esa escena ridícula al reclamar caprichosamente la punta de la mesa  así sea dueño de casa o invitado.
                Hay que comprender que existe un abismo entre el universo teórico y la praxis, ese abismo lo ocupa la política, si no está ahí para ocupar ese hueco todo intento teórico no transformará un ápice la realidad, no será capaz de dar el salto porque ese abismo es infranqueable. No podemos aquietar nuestros demonios recurriendo al facilismo de quitar lo que estorba, no podemos reputar a los políticos de corruptos sin juzgarlos debidamente como manda la ley. Porque ante la ley se dictaminará la culpabilidad de unos y la inocencia de otros.
                Aquietar los demonios señalando en el otro su procedencia es el modo de obrar de ciertos intelectuales que tributan a la silogística una fe inquebrantable. Es la apoteosis de la modernidad, el sueño de Leibniz y Descartes, el cálculo aplicado a la filosofía. Y no escapan a esta trampa mortífera ni las izquierdas ni las derechas ni los centros. Es la consecuencia de una concepción del sujeto que  ya dio lo peor de sí en el siglo pasado y sigue imperando en nuestros días. El sujeto autónomo guiado por la luz de la razón sostenido en algún fantasma metafísico y trascendente.
                Políticos y economistas necesitamos, por supuesto, más que nunca en estos días. Que no se nos haga costumbre desoír las voces que emergen de un pueblo que aún reconoce sus fronteras porque si no vamos a estar a la deriva sin comprender por qué se desintegra el país, hay que escuchar y quienes asumen la conducción política deberán nutrirse de las voces como de aquellos que las interpretan para generar una síntesis que le permita tomar una decisión política por la cual serán juzgados, pero sin la cual las fronteras (y con ellas el vínculo posible entre los sujetos) desaparecerán para ser invadidos, ultrajados y vendidos al mejor postor, nuevamente.    


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