Cuando muere un político hay llanto colectivo,
ese llanto dice algo y tanto dice que algunos se apuran a negarlo; editoriales o algún badulaque que ganó un
mango en la quiniela y cree que el mundo depende de él. Es que no muere
cualquier persona, muere esa persona en quienes los demás, los de a pie,
depositaron su fe, alguien que se hizo cargo de lo común mientras vos y yo
podíamos dedicar nuestra vida a procurarnos el mango con la sensación de que la
ley nos protege, que mi salario será depositado el mes próximo, que iré al
almacén y podré comprar lo que necesite para la mesa de cada día. No muere
cualquiera.
Decir
esto en el momento en el que el discurso del amo está cuestionado por ese amo
de naturaleza superior que es la técnica es como entregar el cuello al verdugo.
Pero sin embargo insisto porque me parece importante, me parece justo en este
momento luctuoso, volver a señalar ese punto que se nos escapa cada vez más
rápido, a saber, que no hay una vida posible sin una comunidad que la provea. Y
una comunidad es ese tejido invisible de fantasías, pensamientos y pulsiones
que se estructuran alrededor de una ley llamado lazo social.
La
dialéctica Hegeliana del amo y el esclavo puede ser descrita (al menos la parte
que me interesa) de la siguiente manera; el amo somete al esclavo hasta el
límite en que su vida corre peligro, pero no lo mata porque necesita un testigo
para ser amo, en este punto el esclavo se vuelve amo. El problema es que hoy
impera un amo, la técnica, que no es en sí mismo un sujeto, y avanza sobre el
esclavo definitivamente, porque no le importa tener un testigo de su poder como
amo. No sabe, no puede saber, es un mecanismo metálico y frío, no es consciente
porque no es inconsciente, no hay sujeto allí.
No
valen más para los de a pie las críticas irreverente a las maniobras en vida
del homenajeado, valen menos, porque se acaba de morir un político, ese que
representó en vida la posibilidad de volver previsible lo imposible, el que representó
la política.
Es
por ello que la congoja que se muestra en las caras de los que despidieron a De
la Sota en Córdoba me da consuelo y esperanza, estamos lamentando la muerte de
alguien que le hizo frente a esta imposición desalmada del amo sin sujeto.
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