Creo que
vendrán una serie de artículos a propósito del libro de Pommier Gerard “Cómo
las neurociencias demuestran el psicoanálisis” ya que toca muchos puntos que me
resultan por demás interesantes.
En la
introducción ya plantea al Haloperidol (un antipsicótico utilizado para las
psicosis) como un bloqueador de los neurotransmisores del goce, llevando las
cosas a un terreno que había intuido pero que al encontrarlo expuesto por un
profesional del psicoanálisis y en concurso de la neurociencia, se torna
absolutamente relevante. Hasta ahora el término goce era un concepto propio de
la teoría psicoanalítica, que hallaba relación con el cuerpo en tanto está
referido a la pulsión. Pero aquí se habla de neurotransmisores del goce; algo
que media entre la zona erógena y el psiquismo, algo muy concreto.
El lenguaje
modela al cuerpo, y entre los órganos corporales se encuentra el cerebro. Se
puede inferir que es muy importante la palabra para modular las respuestas
emocionales al entorno. Digamos que a través de la palabra se puede influir en
el cerebro de una persona para movilizar neurotransmisores.
Hay una
afirmación que leí en el libro “el origen del sujeto en psicoanálisis” de
Alfredo Eidelsztein, que dice “Las lenguas se crearon a sí mismas”. Es una
frase que no tiene más sentido que el de ser un axioma para fundar una teoría
que de cuenta de fenómenos que no se podrían explicar de otra manera. Si las
lenguas se crearon a sí mismas, el lenguaje nos antecede. Y ahí podemos
empalmar con los argumentos de Pommier que ubican un entrecruzamiento material
entre el lenguaje y el cuerpo, una interacción exterior interior que modela al ser
humano.
Heredamos el
lenguaje, no genéticamente sino culturalmente, es la sociedad la que nos modela
sobre la base de una argamasa biológica que se ofrece a ser moldeada. La
realidad psíquica, que tiene que ver con el lenguaje, prevalece sobre lo real,
que es del orden de lo nouménico; así lo muestra el recién nacido que ocupa su tiempo
no tanto en percepciones sino en soñar muchas horas al día. Arma su propio
mundo que está hecho de percepciones de segundo orden, las del sueño. Sueña
muchas horas, pero también está despierto otras tantas y se nutre del exterior
para construir un mundo propio, su realidad.
En el recién
nacido se dan a la vez una prematuración fisiológica y una sobremaduración
neuronal. Nueve décimas de las conexiones sinápticas no están instauradas en
los primeros meses de vida. El modo en que van a funcionar los órganos en ese
ser humano depende del medio en el que se produzcan esas conexiones. El
material neuronal puede estar disponible, pero es el lenguaje el que genera el
órgano.
La
neurociencia persigue los genes de las enfermedades como los genes del
altruismo, en un intento por negarle al psicoanálisis sus conjeturas; y sin
embargo en su camino de investigaciones halla pistas que, como ven, tienen una
explicación posible por vía del psicoanálisis. Habría que preguntarse a qué se
debe esta necesidad de encontrar una escritura genética para cada elemento del
variado orbe cultural en el que el ser humano se desenvuelve. Creo que esta
búsqueda tiene que ver con evitar el relativismo que suponen los hechos
sociales; si está escrito en el genoma, entonces es cierto, tiene derecho a
afirmarse como una verdad. Responde a una estrategia, probablemente
inconsciente, de organización, de orden. Si se reproduce el sentido común
amparado en la genética, y el sentido común es el sentido que emerge del modo
de producción y por lo tanto del estatus quo, entonces el orden establecido se
sostiene. Pero si el hecho social impera y no la biología, tan variado y
voluble como puede ser, de tal manera que el mínimo detalle abre un mundo de
posibilidades, ya no es tan sencillo conservar el estatus quo.
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