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martes, 16 de enero de 2024

Psicoanálisis y neurociencia

 

            Creo que vendrán una serie de artículos a propósito del libro de Pommier Gerard “Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis” ya que toca muchos puntos que me resultan por demás interesantes.

            En la introducción ya plantea al Haloperidol (un antipsicótico utilizado para las psicosis) como un bloqueador de los neurotransmisores del goce, llevando las cosas a un terreno que había intuido pero que al encontrarlo expuesto por un profesional del psicoanálisis y en concurso de la neurociencia, se torna absolutamente relevante. Hasta ahora el término goce era un concepto propio de la teoría psicoanalítica, que hallaba relación con el cuerpo en tanto está referido a la pulsión. Pero aquí se habla de neurotransmisores del goce; algo que media entre la zona erógena y el psiquismo, algo muy concreto.

            El lenguaje modela al cuerpo, y entre los órganos corporales se encuentra el cerebro. Se puede inferir que es muy importante la palabra para modular las respuestas emocionales al entorno. Digamos que a través de la palabra se puede influir en el cerebro de una persona para movilizar neurotransmisores.

            Hay una afirmación que leí en el libro “el origen del sujeto en psicoanálisis” de Alfredo Eidelsztein, que dice “Las lenguas se crearon a sí mismas”. Es una frase que no tiene más sentido que el de ser un axioma para fundar una teoría que de cuenta de fenómenos que no se podrían explicar de otra manera. Si las lenguas se crearon a sí mismas, el lenguaje nos antecede. Y ahí podemos empalmar con los argumentos de Pommier que ubican un entrecruzamiento material entre el lenguaje y el cuerpo, una interacción exterior interior que modela al ser humano.

            Heredamos el lenguaje, no genéticamente sino culturalmente, es la sociedad la que nos modela sobre la base de una argamasa biológica que se ofrece a ser moldeada. La realidad psíquica, que tiene que ver con el lenguaje, prevalece sobre lo real, que es del orden de lo nouménico; así lo muestra el recién nacido que ocupa su tiempo no tanto en percepciones sino en soñar muchas horas al día. Arma su propio mundo que está hecho de percepciones de segundo orden, las del sueño. Sueña muchas horas, pero también está despierto otras tantas y se nutre del exterior para construir un mundo propio, su realidad.

            En el recién nacido se dan a la vez una prematuración fisiológica y una sobremaduración neuronal. Nueve décimas de las conexiones sinápticas no están instauradas en los primeros meses de vida. El modo en que van a funcionar los órganos en ese ser humano depende del medio en el que se produzcan esas conexiones. El material neuronal puede estar disponible, pero es el lenguaje el que genera el órgano.

            La neurociencia persigue los genes de las enfermedades como los genes del altruismo, en un intento por negarle al psicoanálisis sus conjeturas; y sin embargo en su camino de investigaciones halla pistas que, como ven, tienen una explicación posible por vía del psicoanálisis. Habría que preguntarse a qué se debe esta necesidad de encontrar una escritura genética para cada elemento del variado orbe cultural en el que el ser humano se desenvuelve. Creo que esta búsqueda tiene que ver con evitar el relativismo que suponen los hechos sociales; si está escrito en el genoma, entonces es cierto, tiene derecho a afirmarse como una verdad. Responde a una estrategia, probablemente inconsciente, de organización, de orden. Si se reproduce el sentido común amparado en la genética, y el sentido común es el sentido que emerge del modo de producción y por lo tanto del estatus quo, entonces el orden establecido se sostiene. Pero si el hecho social impera y no la biología, tan variado y voluble como puede ser, de tal manera que el mínimo detalle abre un mundo de posibilidades, ya no es tan sencillo conservar el estatus quo.     

                 

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