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sábado, 17 de noviembre de 2018

El problema económico


                No hay inversión en el mundo porque el rendimiento de los intereses no sirve a los fines de la reproducción del capital acumulado. Es decir, que si los capitales acumulados en muy poquitas manos (el 1% de la población mundial tiene el 82% de la riqueza del planeta) se dedicaran a desarrollar las fuerzas productivas sin esperar ganancias, resolveríamos, entre otras cosas, el hambre de millones de personas, los problemas migratorios, etc. Un nuevo estado de bienestar podría verse en el mundo y sin embargo sucede lo contrario.
                Conviene intentar comprender esto; no hay negocio rentable en el mundo que pueda proveerle al inversor capitalista la rentabilidad (lo que se cobra por la inversión) porque la acumulación de dinero es tan pornográfica que se necesitaría tres planetas tierra en plena producción para asegurarle al inversor un reintegro equiparable a su capital acumulado. Es una ley que el capital nunca pierde, siempre se acrecienta, por lo tanto cuanto más capital acumulado mayor es el requerimiento de reintegro. A ver, ensayemos con números: si invierto U$S 100 a una tasa del 5% anual, en un año obtengo de reintegro U$S5, el capital se acrecentó y tengo U$S105 al final del año. Ahora que tengo U$S105 vuelvo a invertir a la mista tasa, al cabo del año tengo U$S110,25. Imaginen que cuanto más dinero acumulado mayor es el reintegro que obtengo, así no hay tasa que aguante, en algún punto no se puede pagar el interés prometido. Esta idea es la que gobierna las cabecitas de todos los inversores del planeta, desde el que tiene un kiosco hasta el magnate más empinado. Créase o no, ésta estupidez matemática es la responsable de la hambruna, de los problemas migratorios, de la emergencia de las derechas totalitarias, etc.   
                El marxismo y la revolución rusa posteriormente imaginaron que el final del desarrollo capitalista sería el socialismo justamente porque el modo de producción habría alcanzado su límite, tanto en lo respectivo a la acumulación como en la relación irresoluble del salario y la ganancia del capitalista. Sin embargo esto no se produjo debido a que los magnates del mundo han logrado insistir en un modo de producción en el que se sienten cómodos. Por otra parte el obrero no ha podido disputarle el poder al dinero porque el capitalismo después de los 60 del siglo pasado logró introducirse en la cabecita de los postergados y les infundió un aliento, aunque falto de los recursos de los patrones, una especie de aspiración al consumo que equipararon con libertad (se revolcarían en sus tumbas los que tomaron la bastilla), esta imbricación dio lugar a la idea, que se demostraría ridícula en las posteriores crisis económicas,  de hacer guita de la guita; los portafolios de inversión, la bicicleta financiera, la migración de las fábricas a los países periféricos para esclavizar al obrero abaratando así los costos. El tema es que hay recursos como para sostener la vida de todos los habitantes del planeta y más, pero el sistema los escatima.
                Cada vez es más difícil entender una charla de los economistas neoliberales de derecha porque dan vueltas sobre la misma hipótesis, sofisticando las herramientas matemáticas sin arribar a más solución que la conservación de lo acumulado. Alguien dijo “es la política estúpidos” y aunque no sea correcto subestimar a nadie, dan ganas de sostener esa frase como bandera frente a casi cualquier conflicto que se presenta en el mundo globalizado de hoy.
                La política, la carrera militante, es la única herramienta que tenemos para deshacer esta barbaridad, lo que no ve la razón lo ve la tripa. Y la política es esa tripa que se revoluciona conmovida por la imposibilidad de llevarle: comida a los hambrientos, alfabetización a los marginados, salud a los pobres, trabajo a los parados; la lista es interminable.  
                El camino para este problema de la inversión es patear el tablero, es una negociación con el gran capital que logre que éste renuncie a la ganancia esperada, al menos; en el mejor de los casos esa negociación debería confluir en una distribución de los recursos acumulados equitativamente y para eso la democracia y la política haciéndose cargo, con errores y aciertos, de lo justo.      

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