En mi época de estudiante de ingeniería oí
decir que la corrupción era el aceite de la maquinaria. Desde la escuela
técnica hasta la facultad la mayoría de mis profesores tenían algún tipo de
relación con el vínculo empresas privadas estado (algunos eran proveedores del
estado, otros empleados de empresas importantes, otros funcionarios
gubernamentales), así que tomo aquellas palabras como las del ojo de buen
cubero, de artesanos en la materia.
Escuchando declaraciones de un
periodista reputado como probo, Hugo Alconada Mon, asisto a una nueva acepción
de la palabra corrupción; se propone este periodista la tolerancia cero
respecto del que delinque. No se sabe muy bien por qué su propuesta, yo alcanzo
a entender que como investigador ese es su trabajo; pero también Eichmann esgrimió
este fundamento: cumplía con mi trabajo.
Así que en un contexto social en
donde lo corrupto es el ancla por la cual se persigue la proscripción de un
proyecto político que tiene una raigambre histórica que reivindica una sociedad
más igualitaria en función del bienestar soberano, denunciar la corrupción al
límite de la tolerancia cero es pertenecer necesariamente a uno de los bandos,
el bando de los especuladores que hacen plata de la plata, el bando de los
dueños de la pampa húmeda (no de sus arrendatarios), el bando de los que, si se
distribuye el ingreso, pierden plata. Esto significa Eichmann haciendo su
trabajo.
Algo que viene a mí; la idea de lo
fácil que nos han resultado las cosas a nosotros, tan fáciles nos han resultado
que vemos en los grandes políticos de la nación, San Martín, Belgrano, Moreno,
incluso Rivadavia y Mitre, pasando por Roca y Rosas, algo así como una
prehistoria que no puede retornar por definición. Pensamos que eso de salir al
campo de batalla y defender con la vida una idea es algo demodé, como si la
moda tuviese una autonomía propia, como si no hiciese falta defender con la
vida las ideas que nos hermanan con nuestros queridos otros como condición necesaria
para que la estética, la filosofía, la política, nuestras vacaciones, lo
consumible pueda ser posible.
Es muy sencillo, dentro de cierta
perspectiva, hacer el trabajo de denunciador profesional de lo corrupto; es
sencillo porque en realidad el trabajo no es ese, en realidad el trabajo que se
hace como denunciador profesional de lo corrupto es el de seguir postergando
eso que inevitablemente retornará, a saber, que más tarde o más temprano
tendremos que defender con la vida aquellos privilegios que hoy creemos, de
hecho, propios.
O no, quizá el estado de derecho sea
algo que represente un límite para nuestra sociedad, quizá verdaderamente no
saldremos nunca más a batallar en guerras declaradas para refundar una nueva
legalidad; ¿pero los pibes, que como dice Alemán, se encuentran a solas con la
pulsión de muerte, en las villas miserias tanto como en el living de las casas
más acomodadas? ¿El sufrimiento infinito de los desposeídos de su lengua
materna vía el colonialismo y el neocolonialismo? Estar a solas con la pulsión
de muerte es no tener un nicho lingüístico propio, una raíz verbal desde donde
enunciar lo insondable de la condición humana, la propia singularidad del
sujeto. Es alguien que no puede decir me duele cuando le duele.
Batalla campal mediante o no, ser un denunciador
de lo corrupto hoy es trabajar para aquellos que nos extirpan el lenguaje, es
ser cómplice del mecanismo autómata de algoritmos que sin freno succionan lo
extraíble del sujeto al modo en que lo mostraba la famosa película Matrix. Le
pido disculpas a Alconada Mon y a sus lectores, pero me sirvió para aclarar
algunas ideas y saber, una vez más, que no estoy de ese lado del mapa. Entrevista Alconada Mon
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