Se podría
pensar al deseo como un invento del capitalismo y que en modelos de producción
anteriores no existió como tal.
Porque el
deseo en términos lacanianos implica su invención del objeto pequeño “a” que es
un hueco en la estructura del lenguaje que a la vez posibilita el ejercicio de
la palabra y niega la consecución de un fin determinado porque el fin es del
orden de lo natural (como si dijésemos comer, beber) y lo natural está perdido
para el ser del lenguaje. Lo que el deseo es, es una máquina de producir
palabras, acciones, planteamientos, etc., una forma de moverse hacia aquello
que imaginariamente reviste, con antelación, una forma de objeto que nos haría
plenos de sentido.
No obstante
en modos de producción anteriores, y aun conviviendo con nosotros en diversas
partes del globo, esa vacuidad de sentido no tiene sentido, el sentido lo encarna
un Otro del Otro que sería Dios para las religiones monoteístas. Con el sentido
asegurado (pero hay que pensar este aseguramiento como constitutivo del sujeto)
la movilidad deseante está fijada a la palabra del que sabe de nuestro sentido,
Dios para el caso.
Esto importa
una disquisición con aquellos pensadores como Jorge Alemán que postulan a la
estructura del sujeto como universal y a-histórica: La estructura del sujeto,
el modo en que el cachorro humano deviene sujeto enlaza al objeto “a” como la
marca del lenguaje “no todo” que por su propia naturaleza implica la falta de
un significante o de una cadena significante que pueda decir la demanda sin
resto. Ese resto insiste inaugurando permanentemente un circuito demandante, así de resto en resto. Pero como no se trata
de un soliloquio sucede: el eco en el cuerpo del hecho de que hay un
decir[i]
que nombra a la pulsión, concepto significativo de la marca en el cuerpo del
hablante por el hecho de serlo.
Para poder
pensar al objeto “a” (y con ello a la estructura general del sujeto concebida
por Lacan) como una invención del modo de producción capitalista hay que poder
pensar en sociedades pre-capitalistas donde el sentido de una vida, de una
acción, estaban fijos y fijados por la presencia de un Otro indemne. De un Otro
que constituía al sujeto al modo de otorgarle objetos fijos para el goce: un
hábito de oración, un horario ritual, una estructura familiar donde las
aberraciones a la norma son severamente sancionadas sin culpa.
Como no
estoy seguro de tal historia y consta en ella la existencia de comunidades
diversas, modos variados de vivir su relación con ese Otro, es que no me atrevo
a afirmar que el objeto “a” sea un invento del capitalismo, una consecuencia de
su existencia.
¿Qué
posibilitaría abrir el juego a la idea de que el objeto “a” es una consecuencia
del capitalismo? Se daría la posibilidad de tener una mirada crítica sobre la
crítica que se extiende, por más de dos siglos ya, al modelo de producción
capitalista. A veces tales análisis suelen contener una dudosa raigambre progresista
y en realidad fungen de nostálgicas miradas al pasado pre-global, una forma de
añoranza de lo que fue por el temor a lo que será. Con esto no pretendo
neutralizar el hecho creciente de la acumulación en cada vez menos manos de los
recursos del planeta, el inhumano hacinamiento de millones de personas que
luchan por tener un trabajo, las guerras que la apropiación de riquezas
solicita, etc. Digo que o bien las críticas al modelo capitalista están
suficientemente justificadas por los hechos inhumanos a los que tal modo de
producción condiciona, o bien tales hechos son sólo fallas en el sistema y el
modelo capitalista tiene una lógica interna beneficiosa para todos, en cuyo
caso se trataría de ir corrigiendo las injusticias.
Si el
sujeto no es universal ni a-histórico entonces no fue el mismo antes ni lo será
en el futuro.
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