Sobre la serie “El juego del calamar” segunda temporada
La serie es una metáfora muy cruda
sobre el sistema de producción en el que vivimos los seres humanos, sistema que
acelera su voracidad con cada año que pasa. El capitalismo en su fase
neoliberal produce una cantidad de muertes, miseria y residuos sin precedente.
También produce bienestar y ámbitos de extrema comodidad que apuntan a lograr
la longevidad en el segmento más adinerado de la pirámide social.
Esto se refleja de una manera extrema
en la serie, donde las impresionantes deudas de los jugadores hacen que no
puedan terminar el juego antes de que se incremente el número de muertos, para
que el dinero acumulado repartido entre los que quedan sea una cifra
conveniente.
Alguien ha dicho: “es más fácil
pensar el fin de la especie humana que el fin del capitalismo”; en ese sentido
“el juego del calamar” intenta objetivar, en la figura del reclutador, al modo
de producción capitalista. Es una forma de poder estudiar los límites que tiene
el sistema y las posibles opciones de hackearlo.
Una vez puesto en marcha el juego se
dan una serie curiosa de acontecimientos, lo primero que aparece es que nadie
cree en su propia muerte, es decir, a pesar de que se enteran con el primer
juego, de que los que no siguen las consignas son asesinados, la mayoría
participa de una firme creencia en que serán individualmente los ganadores, que
no morirán en el intento. Esto puede verse en las votaciones que deciden si el
juego sigue o si se detiene. Otra cosa es la disolución de los lazos
familiares, objetivado en la madre y el hijo que participan del juego. También
la camaradería se torna una simple fantasía que nunca llega a realizarse por la
prevalencia del individualismo que atraviesa a toda la serie. El rol de
consumidores consumidos por las deudas en su haber, los hace incrédulos de la
peligrosidad del juego en el que participan.
Por otra parte, las canciones infantiles
y festivas que acompañan a los juegos son un agregado que colabora en el
proceso de fetichismo de la mercancía, invitados a jugar inocentemente, esas
melodías ensordecen e hipnotizan a los jugadores y a los espectadores (quienes
también participamos del mismo juego), para que no veamos con claridad esa
carnicería humana en la cual se compite para no ser asesinado, mientras se
piensa en el premio multimillonario que espera al vencedor.
Lo que olvida el juego del calamar es
el lado b del “juego”, es la tecnología que tanto en medicina como en la
alimentación (y otros ámbitos) produce soluciones que antes eran impensadas. El
problema del sistema es que genera una acumulación descomunal en muy pocas
manos; lo que no queda claro es si la tecnología salvadora depende o no de esa
acumulación. Es decir, si hubiese una distribución de recursos ¿se sostendrían
las carreras de investigación en áreas sensibles para el bienestar de las
personas, o por el contrario, dejarían de existir ya que no habría el incentivo
económico suficiente como parece serlo en la actualidad la apuesta de máxima
acumulación por parte de los inversores que solventan las investigaciones y los
desarrollos? Es decir, finalmente, si una inversión no puede generar mecanismos
monopólicos, entonces no se hace. Pero, si existiese la posibilidad de limitar
en todo el mundo la monopolización, la ganancia tendría un límite y las
inversiones se harían igualmente ya que no tendría sentido no hacerlas. Lo que
digo aquí no es ni más ni menos que la idea del freno de mano de la que habla
Walter Benjamin, la instancia ética que debería atravesar al capitalismo para
que todos viviésemos un poco mejor al ingresar en una fase distributiva y
antimonopólica.
Queda la duda, a saber, si el lado B depende del lado A del asunto, y si así fuera, sería más terrible aún que la crueldad pura de un sistema agobiante y asesino, porque deberíamos hacernos cargo de que los medios de subsistencia y hasta el disfrute en nuestra vida está subsidiado con la sangre de los que mueren en la lucha, en el juego.
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