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sábado, 8 de diciembre de 2018

No abono a la teoría de los dos demonios. Es otra la propuesta.


                Desde una perspectiva reflexiva hay que pensar con cuidado todo porque corremos el riesgo de pasar por alto inflexiones del pensamiento, bifurcaciones, que no llevan a idéntico destino al acto de pensar. Como punto de partida supongo que, por el hecho de ser palabra dicha, lo justo termina siempre en la duda y es más responsable quien se hace cargo de la duda que quien milita un determinado ideal.  
Las causas más justas suelen transformarse, cuando son espectacularizadas por la televisión y los diversos canales informativos de internet, en emoción, en goce colectivo. Este goce oculta frustraciones, sublima existencias individuales, purga el veneno que prohíja (tanto como el elixir) el lazo social en la milenaria figura del chivo expiatorio. Hay contados ejemplos de ello y los que a continuación citaré temo demanden no pocos improperios: Desde las madres y abuelas de plaza de mayo hasta los familiares de los muertos del recital en Cromañón se teje algo como lo dicho. Familias que probablemente morirían en la ignominia (o no) encontraron en la lucha por señalar culpables de su desdicha un hálito vivificante en medio del dolor que orientó, que le otorgó un sentido a sus vidas. Se puede decir lo mismo de los paramilitares de los 70 y de los gobiernos militares que los sucedieron, quienes bajo el imaginario de extirpar el mal cometieron los delitos más terribles que recuerde nuestra patria. Sin embargo me parece más arriesgado y más sincero ubicar todo movimiento de esta índole en el mismo plano en este respecto y comenzar por las madres y abuelas que tanto amor han hecho florecer en los corazones de una multitud de argentinos y argentinas y del mundo. Quiero aclarar que no hablo de la teoría de los dos demonios ni suscribo a ella; estoy intentando pensar en el plano de la figura chivo expiatorio y en el de sus consecuencias.
Ya que a toda acción le corresponde una reacción (otro supuesto) es en este punto en el que vale la pena tomarse el tiempo, cuando lo haya, para preguntarse si vale el escarnio del culpable y a qué costo. Si bien la historia de los pueblos es en parte la historia de los vencedores sobre los vencidos a cualquier precio, yo creo en la posibilidad de arribar a una instancia que tiene que ver más con el universo simbólico que con el del escarnio público y la fascinación de los que arden en la hoguera, sea ésta de fuego real o de ese otro fuego que es la cremación en vida por un juicio que no cesa de pender sobre la cabeza del acusado, el que llevará con su calvario paz a nuestras almas.
Y sin embargo no dudo en reaccionar cuando algo que creo justo es mancillado. Pero se trata de pensar en todas las direcciones que sean posibles y para eso tenemos que estar dispuestos a escudriñar nuestras propias miserias. Por esta razón utilizo el ejemplo de madres y abuelas de los desaparecidos de los 70 como para mostrar hasta dónde soy capaz de abarcar en esta búsqueda de otro estatuto para nuestras pasiones.
Es importante aclarar que esta propuesta que hoy traigo no tiene que ver con cálculo alguno, el cálculo es justamente la figura del chivo expiatorio, mi desafío es poder hablar y hablando encontrar eso que busco  que se parece más a la conciliación reformista que posibilita la palabra, un diálogo constante.
Qué de nosotros se oculta en cada juicio que proferimos, de dónde provienen las ínfulas con las que arremetemos impregnados de indignación. Vale la pena hacerse estas preguntas porque a poco de comenzar a responderlas encontraremos un vasto material inimaginado. O mejor dicho, por provenir de imágenes condensadas se desharán en el transcurso de la palabra. Si no nos hacemos estas preguntas corremos el riesgo de que nuestra causa más amada se resuelva en el mismo fervor que encuentra el simpatizante de un club de fútbol cuando alienta a su equipo. Esto tiene consecuencias cuando tal comportamiento es el eje sobre el que se mueve el orden social.  Las consecuencias son violencia, muerte, ira, depresión, suicidio, sufrimiento, desmembramiento del amplio lazo social que requiere una comunidad para seguir el camino de la alta cultura, que no es elitismo sino complejidad del pensamiento y por sobre todo posibilidad de la palabra como único medio por el cual podemos aspirar a lo justo.
Como pensar lleva tiempo me detengo aquí para no escribir en vano ya que suelo escribir lo suficiente.