Desde
una perspectiva reflexiva hay que pensar con cuidado todo porque corremos el
riesgo de pasar por alto inflexiones del pensamiento, bifurcaciones, que no
llevan a idéntico destino al acto de pensar. Como punto de partida supongo que,
por el hecho de ser palabra dicha, lo justo termina siempre en la duda y es más
responsable quien se hace cargo de la duda que quien milita un determinado ideal.
Las causas más justas suelen
transformarse, cuando son espectacularizadas por la televisión y los diversos canales
informativos de internet, en emoción, en goce colectivo. Este goce oculta
frustraciones, sublima existencias individuales, purga el veneno que prohíja
(tanto como el elixir) el lazo social en la milenaria figura del chivo
expiatorio. Hay contados ejemplos de ello y los que a continuación citaré temo
demanden no pocos improperios: Desde las madres y abuelas de plaza de mayo
hasta los familiares de los muertos del recital en Cromañón se teje algo como
lo dicho. Familias que probablemente morirían en la ignominia (o no)
encontraron en la lucha por señalar culpables de su desdicha un hálito
vivificante en medio del dolor que orientó, que le otorgó un sentido a sus
vidas. Se puede decir lo mismo de los paramilitares de los 70 y de los
gobiernos militares que los sucedieron, quienes bajo el imaginario de extirpar
el mal cometieron los delitos más terribles que recuerde nuestra patria. Sin
embargo me parece más arriesgado y más sincero ubicar todo movimiento de esta
índole en el mismo plano en este respecto y comenzar por las madres y abuelas
que tanto amor han hecho florecer en los corazones de una multitud de argentinos
y argentinas y del mundo. Quiero aclarar que no hablo de la teoría de los dos
demonios ni suscribo a ella; estoy intentando pensar en el plano de la figura
chivo expiatorio y en el de sus consecuencias.
Ya que a toda acción le corresponde
una reacción (otro supuesto) es en este punto en el que vale la pena tomarse el
tiempo, cuando lo haya, para preguntarse si vale el escarnio del culpable y a
qué costo. Si bien la historia de los pueblos es en parte la historia de los
vencedores sobre los vencidos a cualquier precio, yo creo en la posibilidad de
arribar a una instancia que tiene que ver más con el universo simbólico que con
el del escarnio público y la fascinación de los que arden en la hoguera, sea ésta de fuego real o de ese otro fuego que es la cremación en vida por un
juicio que no cesa de pender sobre la cabeza del acusado, el que llevará con su
calvario paz a nuestras almas.
Y sin embargo no dudo en reaccionar
cuando algo que creo justo es mancillado. Pero se trata de pensar en todas las
direcciones que sean posibles y para eso tenemos que estar dispuestos a
escudriñar nuestras propias miserias. Por esta razón utilizo el ejemplo de madres
y abuelas de los desaparecidos de los 70 como para mostrar hasta dónde soy
capaz de abarcar en esta búsqueda de otro estatuto para nuestras pasiones.
Es importante aclarar que esta
propuesta que hoy traigo no tiene que ver con cálculo alguno, el cálculo es
justamente la figura del chivo expiatorio, mi desafío es poder hablar y
hablando encontrar eso que busco que se
parece más a la conciliación reformista que posibilita la palabra, un diálogo
constante.
Qué de nosotros se oculta en cada
juicio que proferimos, de dónde provienen las ínfulas con las que arremetemos
impregnados de indignación. Vale la pena hacerse estas preguntas porque a poco
de comenzar a responderlas encontraremos un vasto material inimaginado. O mejor
dicho, por provenir de imágenes condensadas se desharán en el transcurso de la
palabra. Si no nos hacemos estas preguntas corremos el riesgo de que nuestra
causa más amada se resuelva en el mismo fervor que encuentra el simpatizante de
un club de fútbol cuando alienta a su equipo. Esto tiene consecuencias cuando
tal comportamiento es el eje sobre el que se mueve el orden social. Las consecuencias son violencia, muerte, ira,
depresión, suicidio, sufrimiento, desmembramiento del amplio lazo social que
requiere una comunidad para seguir el camino de la alta cultura, que no es
elitismo sino complejidad del pensamiento y por sobre todo posibilidad de la
palabra como único medio por el cual podemos aspirar a lo justo.
Como pensar lleva tiempo me detengo
aquí para no escribir en vano ya que suelo escribir lo suficiente.